A las 6 en punto de la mañana sonaba el Ave Maria por Radio Reloj; siempre tenia el radio a todo volumen y sin embargo nunca me molesto.
Usaba esos anteojos oscuros verde setenteros y tenia un porte como de gangster. Cada mañana desayunaba un huevo, su pinto con huevo y cafe. Se notaba que era el centro de las mañanas, nadie hablaba y el seguia escuchando las noticias en la radio mientras los otros le servian, ya lo dije: gangster.
Y sin embargo jugaba montones con nosotros. Su juego preferido era hacer de lagarto y perseguirnos a todos o regalarnos algo si lo acompañabamos a la licorera.
Dicen que yo era la niña de sus ojos. Y lo sabia. No era difícil ver que conmigo tenía atenciones especiales y a veces los caprichos de los demás tendían a sucumbir para que los míos se hicieran realidad. Lo sabía y ellos también lo sabían.
Supongo que no debió haber sido fácil tenernos viviendo tan largo. 300 km no se pueden hacer en un día luego de una cansadísima jornada de trabajo, porque trabajaba muchísimo.
Recuerdo las visitas en Nicoya. Un par de ellas fueron en Navidad, pero la mayoría, salvo el bautismo de mi hermano menor, siempre tuvieron alguna relación conmigo y entonces no entendía porque decía que se iba a conseguir una chola guanacasteca (estaba muy pequeña como para saber que era una bromilla retorcida falta de fundamentos) y volvía a ver a mi abuela y ella sólo reía, extraña, como acostumbrada a sus tonteras... también estuve presente cuando quiso, con un par de tragos adentro, subirse a una palmera para apear pipas para todos, no se, tenía antojo a agua de pipa. Pero bueno, la edad, el estado etílico y la idea descabellada desde el principio no supieron coordinar juntas y se cayó. Un par de puntadas en la cabeza le tuvieron que hacer y yo poco a poco le tomaba distancia, había algo que no entendía y me parecía peligroso.
Peligroso fue también tener un bar a 25 metros de la casa y llamarle al dueño amigo.
Y yo aprendí a actuar. Me hacía la dormida cuando llegaba de donde su amigo para que las buenas noches fueran más cortas y sólo lograra discutir con mis tías que le pedían que nos dejara dormir.
Pero no era que no lo quisiera, es que no me gustaba en lo que se transformaba... por eso, cuando me pidieron que hablara con él y le pidiera que por favor dejara el vicio, lo hice, y desde entonces cargo con una culpa terrible encima... porque me dio esperanzas, porque creo que a una niña de 10 años no debería de encaramarsele el título de salvadora cuando el asunto es tan serio y poco prometedor, porque, aunque me quería, ya eran demasiados años en esas...
Y pasó la primera comunión de dos de mis hermanos y estuvo tranquilo y lo disfruté, y la familia lo disfrutó como hacía tiempo no habían podido, me dio esperanzas, aunque habían pasado ya dos años de su promesa sin resultados positivos...
Pero fue un día y otro de tantos cayó con su vicio.
Pasó una semana en coma. Y cuando recibimos la noticia no fue necesario decir nada, mi mamá tenía lágrimas en los ojos y todos supimos que había pasado. Lloré, como nunca antes lo había hecho, me dolió tanto, pero tanto y me sentí tan impotente que no se por cuanto rato lloré. Nuestro gato lo percibió, probablemente, porque así sin más entró a mi cuarto y me ronroneó en la espalda mientras me masajeaba y me lamía.
Ese fue mi primer contacto directo con la muerte y desde entonces el procedimiento es el mismo: antes de que los bajen me acerco sola y pongo una rosa encima del ataúd, pero nunca nunca miro adentro. Ya se que la persona que fue no la voy a encontrar.
Ya han pasado muchísimos años de eso y sin embargo lo cargo conmigo muy vivamente. Supongo que, aunque lo racionalizo, no puedo evitar sentirme culpable por haber "fracasado" en la misión que se me dió al tener 10 o menos años...
Y sin embargo me quedan también otras imágenes en la cabeza.
Se que su vicio no era su persona, se que me quería muchísimo y se que le encantaba la canción Siboney con sabor a Sinfonola.
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