Así como en invierno aprendí a vestirme con la teoría de capas, siento que llegando aquí me quitaron una parte protectora.
No significa que en Europa no exista violencia. Hay violencia en todo el mundo, lo mismo que gente idiota y gente que vale la pena. Sin embargo la cantidad y la calidad están más exacerbadas en esta parte del planeta y es demasiado temprano para sentirme cómoda.
Un año fuera generó tal impacto en mí, que, en este momento, cuando todo a mi alrededor, incluyendo la gente, no cambió gran cosa, me bombardea la cabeza y el alma.
Ya no soy la chiquilla valiente que cruzó el mar para vivir una aventura, que se atrevió a vivir fuera de casa administrando sus cosas y aprendió a cuidarse sola y a negociar con gente desconocida en un piso en Salamanca.
De vuelta sólo soy la que se fue y regresó. La que tiene 27 años y no tiene trabajo, la que, después de la aventura europea, debería de concentrarse en buscar vida... La que todos ven estableciéndose aquí.
En el fondo muchos saben que no tengo intenciones de hacerlo pero insisten en ello, probablemente porque no quieren ponerse a pensar en cómo lidiar con una ausencia de vida de alguien que dejaron escapar por un momento.
No tengo respuesta para muchas de las preguntas que me hacen y retumban en mis oídos. Pero no las tengo porque no es el momento para tenerlas.
Sí tengo planes.
Sí tengo ideas.
Necesito ayuda con lo de la paciencia.
Pero lo cierto es que mi aventura europea no ha terminado y espero que no termine nunca.
Por amor, por crecimiento, por conocimiento y por derecho.
1 comentario:
Es como si el peldaño No. 5 se hubiese quebrado y estuvieras de nuevo en el No. 4, 40 cms más abajo.
Publicar un comentario