Pared de cristal

A veces me sorprendo haciendo cosas que, en su grado particular de inconsciente acción, representan otra cosa, como carencia, deseo, frustración, pero de todas, la que más fuerza tiene es deseo.

Tomé el teléfono en mis manos, una canción de Travis (Dear Diary) sonaba de fondo y, con la cabeza apoyada en la almohada me di cuenta de que estaba simulando una caricia sobre la pantalla.
Quería una llamada; una llamada que no iba a suceder y que, al mismo tiempo, sabía que no debía buscar.
No es un camino prudente o guiado por la objetividad el que representa esa llamada, por el contrario, es territorio desconocido y peligroso. Me voy en unos meses y, aunque hay personas que abren sus puertas para prestarnos un poco de diversión desinteresada, esta persona no es para eso, no lo veo así, no querría sólo eso.
¿Lo irónico? Juré que no iba a tramar pero lo hice y ahora vivo la consecuente ansiedad y extrañeza de esa decisión.
No me arrepiento, fui sabiendo que me impresionaría. Ahora lo que ocupo es tiempo para encauzar mejor mis vibras, guiarlas hacia el camino que me permita obtener una llave amistosa para su puerta, eso es todo lo que puedo hacer... bueno, podría dejar de acariciar la pantalla para empezar ¿no?