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sábado, noviembre 05, 2011

la cuerda

Si no fuera por esas vibraciones en el estómago, en ese preciso momento en que una chispa se enciende, probablemente no sabría lo que es dejarse ir.
Pero luego, cierro los ojos, río un rato, y mi cuerpo tendido en la cama no aguanta tantas horas en esa posición... ¿qué le pasa a mi cuerpo?
Se queja.
Eso es un hecho innegable.
Se queja porque antes no le puse atención y ahora soy "supermóvil" y no, no es ningún super poder.
Se queja porque adentro hay tormentas y se caen montañas y me aferro a una cuerda que inexplicablemente sigue atada al cielo y tira, porque no me quiere dejar ir ni me va a dejar ir.
Sin esa cuerda estaría perdida, porque hay pasado con y sin ataduras al mismo tiempo, un presente movedizo y un futuro que no logro amarrar todavía (por eso la cuerda).
A veces, en un descuido del cielo, me suelto de la cuerda y caigo, pero el cielo siempre se da cuenta a tiempo y hace una malla y me mece, mientras espera instrucciones.
Es una mala suerte, que los seres humanos no nacimos con un manual, porque parece que yo no conozco tan bien el producto como era de suponerse.
"Son alarmas" dice la gente como si yo no lo supiera. Y me peleo por cosas futiles y lloro por otras peor de futiles y después viene la sensación de culpa que pretende buscar el perdón, y que lo consigue, pero que, de todas maneras, no me abandona.
Ya se que el momento vendrá, en que la cuerda deje que yo toque el suelo y camine simplemente vestida con ella, en tierra firme, pero mientras tanto, el viaje al fondo es largo y a la cuerda le quedan todavía meses que soportar.
Si pudiera vivir uno sólo de esas vibraciones en el estómago...

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